Agricultores de distintas regiones del mundo han sido afectados por la llegada del nuevo coronavirus. China, la segunda economía más grande, es uno de los mayores socios comerciales de países como Estados Unidos, Australia, Nueva Zelanda, Reino Unido, Francia y Chile, entre otros.
La enfermedad se está extendiendo rápidamente. Ya no es un problema regional, sino un problema mundial que requiere una respuesta a nivel global.
Sabemos que al final retrocederá, pero no sabemos cuán rápido sucederá. También sabemos que esta conmoción es algo fuera de lo común, ya que afecta a elementos importantes tanto en el suministro como en la demanda de alimentos.
Nos exponemos a una crisis alimentaria inminente, a menos que se adopten rápidamente medidas para proteger a los más vulnerables, mantener activas las cadenas mundiales de suministro de alimentos y mitigar los efectos de la pandemia en el sistema alimentario.
Los cierres de fronteras, las cuarentenas y las interrupciones de los mercados, la cadena de suministro y el comercio podrían limitar el acceso de las personas a fuentes de alimentos suficientes, diversas y nutritivas, en especial en los países afectados duramente por el virus o que ya sufrían niveles elevados de inseguridad alimentaria.
Pero no hay necesidad de que el mundo entre en pánico. A nivel global, hay suficientes alimentos para todos. Los responsables políticos de todo el mundo deben tener cuidado de no repetir los errores cometidos durante la crisis alimentaria de 2007-08, y hacer que esta crisis sanitaria se convierta en una crisis alimentaria totalmente evitable.
La demanda de alimentos es en general poco elástica y su efecto en el conjunto del consumo será probablemente limitado, aunque los hábitos alimentarios pueden verse alterados. Existe la posibilidad de que se produzca una disminución desproporcionada del consumo de proteína animal (como resultado de los temores –sin base científica- de que los animales puedan ser huéspedes del virus) y de otros productos de mayor valor, como frutas y hortalizas (que podrían provocar una caída de los precios). Estos temores pueden ser particularmente ciertos en el caso de los productos de pescado crudo suministrados a restaurantes y hoteles, incluidas las pequeñas y medianas empresas.
La demanda de alimentos en los países más pobres está más vinculada a los ingresos y, en este caso, la pérdida de oportunidades de obtener ingresos podría repercutir en el consumo.
El temor al contagio puede llevar a una reducción de las visitas a los mercados alimentarios, y esperamos ver un cambio en la forma en que las personas compran y consumen alimentos: menor afluencia a los restaurantes, aumento de las entregas en el comercio online (como se observa en China) y un aumento de las comidas en el hogar.
Tras el brote de coronavirus, los países de todo el mundo han comenzado a implementar diversas medidas normativas destinadas a evitar una mayor propagación de la enfermedad.
Sin embargo, esas medidas podrían afectar a la producción y el comercio agrícolas. Por ejemplo, muchos países están aplicando controles más estrictos a los buques de carga, a riesgo de poner en peligro las operaciones de transporte marítimo, y en particular los bienes perecederos, como las frutas y hortalizas frescas, el pescado y los productos pesqueros.
Las medidas que afectan a la libre circulación de personas -como los trabajadores de temporada-, podrían repercutir en la producción agrícola, afectando así a los precios de mercado a nivel mundial.
Las medidas para garantizar normas sanitarias aceptables en la industria alimentaria, pueden ralentizar la producción.
FUENTE: FAO